lunes, 18 de febrero de 2008

"ASI COMO DEL FONDO DE LA MUSICA BROTA UNA NOTA…"

San Victorino es parte de mi escenario cotidiano; he vivido, cambiado y crecido junto con él. Él, siendo testigo de mis historias, amores y desamores, encuentros y desencuentros, y yo de las suyas. Es un lugar que me convirtió en uno de sus personajes, es un capítulo de la historia que he escrito y que ahora quiero contar.

Y allí me encontraba, en su espacio, que recorro casi a diario, que siempre recuerdo y que ha madurado junto a mis pasos. Sus fachadas se han marchado, otras formas las han reemplazado. Pero en mi permanecen y alguien podría descubrirlas en las huellas que han dejado.

Vengo de una familia de comerciantes y crecí entre sus cacharrerías, ventas y ruidos; los fines de semana y las vacaciones yo misma hacía parte de sus vendedores. La plaza con sus galerías Nariño poblada de galpones comerciales era un paso obligado para llegar a nuestro almacén. Estacionábamos cerca y recorríamos el espacio entre zapatos, ropas, buñuelos y los vendedores ambulantes; me apasionaba su manera de vociferar, todos en busca de clientes por el pasillo central para llevarlos hasta su minúsculo local, y tratar de venderles su mercancía a cualquier precio y por cualquier medio. ¿Cómo olvidar el "qué necesita?", la frase de enganche de siempre.

Todo esto me ha obligado ha vivenciar muy de cerca sus cambios: de las Galerías Nariño a "la plaza de la Mariposa" (como ahora la llaman algunos). Varias historias se han escrito en este lugar, sus huellas y sus recuerdos, a pesar del olvido, quedan indelebles en la memoria de tantos.

Entre sensaciones se entretejen recuerdos que vuelven a la memoria y nos dejan ver y revivir instantes perdidos. Desde escenas que gracias a nuestros ojos recordamos por fotografías, paisajes o pinturas, u olores que nos transportan a otros lugares a otras épocas, hasta sonidos que también evocan ciertos momentos.

El sonido del lugar siempre estuvo presente, lo hice propio, me identificó. Cuando intentamos pertenecer a una cultura siempre buscamos un parecido que nos una: hablamos con acento, dependiendo de nuestro lugar de origen, y desde él nos comunicamos de una forma peculiar. Al recorrer un lugar, además de gozar su paisaje, también lo escuchamos; cada lugar tiene un sonido propio.

Entre el bullicio de los comerciantes de San Victorino poco a poco descubrí un tono y un timbre de voz para acercarme a mis posibles clientes. Por esa música de mi voz creo que comencé a comprender el sonido que me rodeaba, a reconocer y valorar las otras voces.

Todos hablábamos parecido y luchábamos por la voz más fuerte o convincente. Me acostumbré tanto a ser parte de ese paisaje sonoro que desde dentro de él podía reconocer la voz de quien me llamaba desde otro lugar. Aprendí a escuchar volviendo los sonidos y las voces parte de mí.

Por ahí decían que el comerciante que entra a San Victorino nunca sale del sector, que el que no consigue plata aquí no consigue en ningun lugar. Preparados para todo, los comerciantes entran y comienzan a sentir la presión y la compentencia. Sobreviven sólo los mas creativos.

Aprendimos a observar a los compradores y a ofrecerles una historia, un tono y un timbre de voz preciso: clientes con familia, mayoristas, competidores investigando precios, los que miran o van de paseo, los que caminan de prisa por el temor que les produce el lugar, los que buscan mejores precios, los que pasan por curiosidad y los que quieren aprender de nosotros.

Como si existiera un director de la orquesta de ventas que nos guiara, todos nos apropiamos de una voz y un relato, siempre buscando una nota sorpresa que convenciera al transeúnte y lo hiciera un inevitable comprador. Vender se centró en la creación permanente de una partitura que rompiera la barrera que existe con el comprador, el cual, olvidando la presión, el ritmo rápido que lleva con su caminar y su mirada fija en la búsqueda de una sola cosa, se hiciera finalmente nuestro cliente. Al atraerlo, concentrar su mirada y llevarlo a nuestro local siempre buscando composiciones que mantengan su atención sobre nosotros, se obtenía una ganancia sobre los compañeros.

La coral de los vendedores se extendía por el corredor central de las Galerías y saliendo de estas por toda la carrera 12 hasta la calle 11. Era un coro que iba in crescendo en "las temporadas", que hacía del vendedor un compositor en competenecia permanente, asi crecía para hacerse más fuerte y poder sobrevivir.

Todas estas melodías, estas voces y su partitura escrita en nuestras mentes, aunque no fuera perceptible por el transeúnte quien iba concentrado en su búsqueda o su destino y enmascaraba el ruido presionante, ahogante y fuerte del sector, existió. Pero asi como quedan huellas de las antiguas fachadas de San Victorino, esta partitura revive en el actual paisaje sonoro de las calles del nuevo comercio que continuan atestadas de gente, de compradores y de vendedores. Lo que se vive en el lugar es un paisaje sonoro con constantes cambios, con voces que interactuan con el transeúnte, es una música propia que le da su identidad al lugar.

Ahora camino la plaza vacía, libre de galpones, y siento la ausencia del coro de los vendedores ambulantes. Paso y veo cómo sus vidas se marcharon junto con mis instantes detrás de la vitrina. Algunos se quedaron a fundar el nuevo San Victorino. Otros, ilusionados con el dinero que les dieron por desalojar las galerías, tomaron otros rumbos. El mio lo busco ahora, paralelo a los nuevos comercios, que no los puedo abandonar porque los creé, trabajo en ellos y hacen parte de mí.

Comparto el recuerdo de las galerías Nariño con varias personas, nuestra historia la busco revivir en un espacio público, que evoque desde otro punto de vista el pasado y que permita generar imágenes con las huellas sonoras aun presentes en varias mentes.

A través de una intervención sonora en la plaza de San Victorino, busco llevar al transeúnte a descubrir el desconocido mundo creativo del vendedor; entre la emoción de las corales de los corredores de las Galerías, la amistad y competencia que existía al mismo tiempo y que crecía entre ellos, se entretejen partituras que convencen a unos y otras a otros. El sonido lleva al espectador a lo que fueron las Galerías Nariño, reviviendo composiciones del pasado, donde concentrándose en el sentido del oído se generen imágenes que transporten y así me permita mostrarles la composicion que creamos para cada uno de ellos.

Por: Carolina Goméz Zuluaga, 2007